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Clara Levín,
licenciada y master en Letras (Universidad de Cambridge, Inglaterra)
elaboró como voluntaria de Fundación Leer una serie de criterios para
identificar la literatura infantil de mayor calidad literaria. La
especialista aclara que no existen estándares absolutos respecto de lo
estético y que en esta propuesta incluye criterios en tanto opiniones y
no conocimiento.
Los criterios:
El
libro se lee tanto por niños como adultos
Un criterio para
seleccionar literatura infantil es que puede ser leída y disfrutada por
grandes y adultos porque apela a estructuras esenciales de la condición
humana –es universal- y acarrea bagaje cultural (en otras palabras, no
es literatura ‘light’ o ligera).
Muchos textos originalmente escritos para adultos como Robinson Crusoe
demostraron capacidad de conexión con la infancia y quedaron consagrados
como clásicos. Asimismo, clásicos del presente como la Tetralogía
de Terramar de Úrsula Le Guin (EEUU, 1929-) es disfrutada
ampliamente por adultos. Según Marc Soriano hay ciertas historias, como
las de la tradición oral, que “no se dirigen especialmente a los niños,
pero tienen la función de transmitir las conclusiones a que ha arribado
una sociedad determinada en lo que respecta a leyes del parentesco, tabúes,
transgresiones y vínculos entre los vivos y los muertos. Es un
entretenimiento que tiene una misión de iniciación e integración”.
El
libro perdura en el tiempo
Otro criterio para
seleccionar literatura infantil es que perdure en el tiempo, porque prueba
su valor cultural y permite al lector, en muchos casos, acceder a mitos,
imágenes, recuerdos colectivos que lo habilitan a tener un diálogo
intergeneracional y un anclaje de identidad cultural y nacional.
Estos libros, como Don Quijote (Cervantes, 1606), vencen el paso
del tiempo porque conservan actualidad o porque en un momento histórico
determinado narraron algo de una forma tal que se convirtieron en textos
representativos de una época, corriente de pensamiento o desarrollo
particular de la disciplina literaria.
El
libro brilla por la forma
Un libro no se define sólo
por qué cuenta sino por cómo lo cuenta –cómo presenta, estructura y
estiliza su material - o dicho de otra manera, por su forma.
La forma condiciona la recepción del texto por parte del lector y es, en
gran medida, responsable de generar una recepción afectiva, íntima y
privilegiada del texto, razón por la cual solemos decir que la buena
literatura conmueve.
En la historia de la literatura los temas se repiten; lo que varía, y allí
radica la diferencia de calidad, es la manera de contarlos, su enunciación.
El lenguaje de la alta literatura, según María
Luisa Miretti, es portador de emociones y provoca impactos
transformadores en el receptor, al condensar un alto valor simbólico, un
uso de lenguaje metafórico y sensorial, sonoro y musical, y una
estructura puesta al servicio del contenido.
Las buenas narraciones combinan hábilmente los elementos de la tradición
literaria con los propios, la belleza con la extrañeza, y la
cotidianeidad con lo desconocido.
El
libro provoca un placer difícil
Otro criterio para
seleccionar literatura infantil es que presente esa densidad que deja una
impronta en el lector más allá del entretenimiento placentero e
inmediato, volviéndose un placer duradero que se evocará en situaciones
determinadas a lo largo de la vida y que moverá al lector a buscar nuevos
libros que serán nuevos entretenimientos y nuevos placeres sutiles y difíciles.
La gran literatura es capaz de provocar una cierta angustia, por oposición
a la literatura ‘light’. Sus textos no confirman sino que mueven
nuestras ideas y sentimientos, mediante su poder de sugestión y alcance
simbólico, y el limbo entre la realidad y la ficción donde se ubican.
El
libro invita a la reflexión
Un último
criterio para seleccionar literatura infantil es que promueva la reflexión
y ejercite la imaginación de modo que nuestra mente amplíe sus confines
y adquiera la capacidad de pensar creativamente los conflictos y obstáculos
con los que se topa.
Este punto está íntimamente ligado con el anterior, pero en lugar de
enfocar el placer de la lectura, se concentra en las reflexiones a que la
gran literatura nos invita. Para Harold
Bloom, la literatura es una provocación a la grandeza; nos hace
crecer como individuos, nos presta amplitud y profundidad. Nos ofrece vías
de exploración, comprensión y aceptación de modos de vida ya que
promueve la identificación con personajes y contextos ajenos.
Eso sucede, en parte, dado el soporte mismo de la literatura. Las
condiciones de posibilidad de la lectura son dos: libro y lector, y no
puede darse sin uno de ellos. El lector lee y, además, completa
activamente las omisiones y lagunas inevitables –medulares- de toda
narrativa. Y al proporcionar los eslabones faltantes (interpretaciones),
se ve forzado a pensar en términos de una experiencia distinta a la suya.
La buena literatura, la literatura que genera buenos lectores y personas
reflexivas, es aquélla que uno quiere releer. Es necesario ofrecer esa
literatura, es necesario ofrecer el placer de leer; es lo único
importante.
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