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clip_image002.gif (8136 bytes) Una reflexión ambiental para este fin de siglo.

Para el medio ambiente este siglo XX fue violento.
De algún modo, dio rienda suelta a lo que el siglo XIX anunciaba y demostraba con timidez: una política abusiva de extracción de los recursos naturales de valor económico (fundamentalmente, pieles, cueros y maderas) y un despliegue de impactos directos e indirectos que eran consecuencia de la expansión de las fronteras agropecuarias (erosión, desmonte, etc.). De esa forma, grandes ambientes naturales –como “las pampas”, ese “mar de pastos”- sucumbían ante el arado, el alambrado y la erradicación de animales o plantas “perjudiciales”. Por eso, este siglo, nuestro siglo (en el que hemos nacido) ha sido testigo de la desaparición de especies que ya no volveremos a ver, como el Guacamayo Azul, ese gran loro que sobrevoló los palmares y riberas del litoral. Hoy acompaña en la lista de especies extinguidas al Zorro-Lobo de las islas Malvinas, desaparecido en 1876.
Otras especies han engrosado la otra lista, la que llamamos “roja”, donde figuran las amenazadas de extinción, que suman más de 500 entre los vertebrados y más de 250 entre las plantas. Esas especies no desaparecen sólo por una causa como pudo suceder en el pasado con otras. Ahora, cada problema les hace “jaque” y –poco a poco- las van dejando sin “movidas” posibles, hasta amenazar con el “mate” final.
Grandes superficies de ecosistemas silvestres ya dejaron de ser inaccesibles: rutas y caminos abren nuevos rumbos. Tanto para los respetuosos aventureros, colonos y turistas, como para aquellos que buscan sacar un provecho menos solidario, mediante la exploración y explotación petrolera o gasífera sin medidas mitigatorias de su impacto ambiental, la caza furtiva, la tala indiscriminada, la pesca irracional o la contaminación. Hemos crecido irresponsablemente, sin detenernos a mirar atrás el costo ambiental, la forma en que consumimos.
Pero en este mismo siglo que hoy despedimos hemos visto cosas muy alentadoras. El renacer de las preocupaciones ambientales. El resurgir de una ciencia hermosa, llena de promesas: la ecología y su contraparte de gestión ciudadana: la conservación. La consolidación de los sistemas de parques nacionales y la concepción de “corredores biológicos” o “verdes”. Las reuniones mundiales en las que los presidentes del mundo fueron convocados sólo por “cuestiones naturales”. Eso fue tan inédito como las manifestaciones masivas en defensa de especies o lugares amenazados. Claro que hubo tragedias “ecológicas”, pero siempre las hubo y nunca habían ocupado primeras planas en las noticias. Además, ahora los ambientalistas contamos con periodistas especializados (pienso en Sergio Elguezábal, por ejemplo, a quien tanto valoro) que se ocupan profesionalmente de informar asuntos que otros hemos dado a conocer como pudimos.
La educación ambiental asomó como una luz para iluminar el camino pedagógico, con nuevas formas de ver problemas viejos. En soledad, sí, pero con resultados concretos, con mil cachorros sueltos.
Por otra parte, además de las organizaciones no gubernamentales (ONGs) existen muchísimas personas que –solitariamente- trabajan de modo silencioso y efectivo en todas las provincias de nuestro país. Hacen más de lo que son capaces de comunicar al “gran público”, como Don Jorge Zulueta, que se nos fue en este año, dejando un sinnúmero de charlas concientizadoras en esas escuelitas rurales de las sierras, donde los changuitos supieron renunciar a sus hondas para escuchar simplemente a un jubilado que hablaba de pájaros, montes y esperanzas...
Es cierto que muchos de nuestros grandes científicos no son reconocidos. De hecho, el Profesor Julio R. Contreras (Investigador Principal del CONICET), para citar sólo un ejemplo, hace más de 18 meses que no percibe sus honorarios. Pero sigue trabajando en su gabinete del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”, como si fuera el mejor pago de los argentinos. La preocupación por el medio ambiente es misteriosa. A veces, inexplicable. Ese misterio es el que nos puede salvar y llevar a un mundo mejor. Porque quien conserva sus ideales, persevera, es paciente, no claudica y trabaja nunca dejará de pensar que el siglo que asoma nos depara grandes oportunidades para alcanzar un mundo ambiental y humanamente mejor.

Claudio Bertonatti, museólogo
Coordinador de Información
Fundación Vida Silvestre Argentina